China se negó a ser el basurero mundial, no está dispuesta a invertir grandes sumas de dinero en el reciclaje de residuos.

Por Arlette Vasallo 

Hasta el año 2018, todos los días partían de puertos estadounidenses casi 4 mil contenedores llenos de desechos plásticos hacia China. Una travesía que cambió su rumbo con la aplicación por decreto de la política Espada Nacional con la que el gigante asiático renunciaba a seguir siendo el basurero del mundo.

El año anterior, China había notificado a la Organización Mundial del Comercio sobre la prohibición de la importación de 24 tipos de desechos sólidos, incluidos varios plásticos y papeles mixtos sin clasificar,  y su disposición a establecer un estándar mucho más estricto para los niveles de contaminación. A partir de la entrada en vigor del decreto, China solo aceptaría basura bien ordenada que no contuviera más del 0,5% de impurezas, lo que hasta entonces era 40 veces mayor.

Desde los años 80, ese país se hacía cargo de la basura de los países más desarrollados del mundo, procedente de América del Norte y Europa como fuente de materias primas. China consumía el 55% del papel  y más del 50% del plástico desechado del mundo y era un destino importante para otros materiales reciclables.

Lo que parecía ser un filón económico para el desarrollo manufacturero de China se convirtió en un arma de doble filo cuando el país tuvo que realizar grandes inversiones en la reclasificación de toda esa basura importada. Esto implicó crear zonas de sacrificio ambiental en varias regiones chinas, pues muchos de esos desechos no solo eran de mala calidad, sino que estaban contaminados. Una letra pequeña que acompañaba el discurso del reciclaje mundial y que en la práctica China no estaba dispuesta a seguir asumiendo por los costos medioambientales y económicos que aún conlleva.

En 2019, el Ministerio de Ecología y Ambiente chino informó que las importaciones de residuos sólidos bajaron en un 46, 5 por ciento interanual con respecto al año anterior y ratificaron su decisión de llevar a cero este tipo de importación.  Cifras más recientes afirman que la importación de plásticos a China disminuyó en un 99 por ciento.

Esta decisión puso en crisis el circuito global que se había conformado y en donde parecía resolverse los excesos de producción y de consumo de las sociedades capitalistas desarrolladas que mantenían sus conciencias “tranquilas” mediante la clasificación de sus desechos que luego encontrarían un uso adecuado mediante el reciclaje en China. Puso en evidencia el cinismo del discurso político y empresarial de una economía “ecológica” mundial autorregulada y que no pocos actores explotaron de manera lucrativa.

Sin embargo, ¿esta crisis cambió el orden de consumo mundial? ¿Qué pasó con esas toneladas de desechos plásticos que se quedaron sin destino? ¿Los países emisores de estos desechos redujeron su producción? ¿O simplemente buscaron nuevos destinos geográficos donde esconder la basura y los desechos que no acompañaran su discurso ecológico?

El descubrimiento de la versatilidad de los polímeros en las primeras décadas del siglo XX , esas resinas sintéticas derivadas del petróleo que, sometidas a altas temperaturas, tienen una gran capacidad de plasticidad para producir infinidad de mercancías, sacó prácticamente del anonimato al plástico y lo colocó en el estrellato de la vida y la economía contemporáneas. 

Su producción en sí misma y luego su desecho tiene altos costos para el medio ambiente. Aunque solo el 5 por ciento del petróleo se dedica a la producción de plástico, estos contribuyen de forma proporcional a los impactos medioambientales de las actividades petroquímica y de extracción como la deforestación y afectaciones a la biodiversidad debido a la construcción de infraestructuras; la contaminación del suelo agua y atmosfera debido a emisiones no controladas como fugas y derrames; producción de gases de efectos invernadero y la compactación y erosión del suelo.

La producción anual de plásticos a nivel mundial casi se duplicó en las últimas dos décadas. Por lo que los desechos crecieron en un 126 por ciento entre 2000 y 2019. Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, solo un 9 de esos desechos plásticos fueron reciclados en 2019. Un 19 por ciento fue incinerado, el 50 por ciento se utilizó en rellenos sanitarios y el otro 22 por ciento fueron vertidos ilegalmente.

De igual forma, estudios realizados por la ONG Pew Charitable Trust calculan que casi 13 millones de toneladas métricas de plástico entran al océano cada año, amenazando la vida marina y contaminado las áreas costeras. Mientras, el reporte No Time to Waste: Abordar la crisis de contaminación plástica antes de que sea demasiado tarde, proveniente de las organizaciones benéficas que trabajan en la intersección de la ayuda internacional en la conversación del medio ambiente como Tearfund, Fauna & Flora International (FFI), WasteAid y The Institute of Development Studies (IDS), advierte que la basura arrojada y quemada, especialmente los desechos plásticos, es responsable de la muerte de una persona cada 30 segundos en los países en desarrollo.

Cinco años después de la política Espada Nacional de China, la llegada de basura plástica procedente de América del Norte y Europa se ha multiplicado hacia América Latina.  De entonces a la fecha, el sur del continente ha recibido 53 millones de toneladas de ese producto.

Datos de la Oficina de Importaciones y Exportaciones estadounidenses muestran que solo en 2021, Washington exportó casi 120 mil toneladas de residuos plásticos  a América Latina, el doble de lo que exportaba en 2019. La exportación de  estos desechos ha aumentado año tras año. 

En ese sentido, la Red Investigativa Transfronteriza de Ojo Público, basada en información consultada en bases de datos comerciales y gubernamentales afirma que en la última década empresas de Estados Unidos son las que más basura han enviado a América Latina con 111 millones de toneladas de desechos plásticos en un negocio superior a los 500 millones de dólares.

En su investigación América Latina: el depósito final de la basura ajena señala que esta operación comercial se lleva a cabo mediante empresas privadas que importan este plástico para su reciclado, pero que difícilmente cumplen su cometido y así se terminan por convertirlo en una fuente de contaminación. 

Esta situación ha generado la preocupación de diferentes organizaciones medioambientales acerca de cómo y mediante qué controles legales toda esa basura pasa las fronteras de la región, así como el destino de esos residuos plásticos que en el mejor de los casos se reciclan, pero que en muchos otros terminan en rumbos imposibles de rastrear, incinerados, enterrados o reciclados en condiciones que nunca se aprobarían en los países exportadores, todos del norte global.

La  Alianza Global para alternativas a la incineración (GAIA) presentó en 2021 el informe “El colonialismo de la basura no se detiene en América Latina” donde ratifica a Estados Unidos como el mayor exportador de plásticos al continente americano. 

Esta investigación señala que solo entre 2020-2021, México recibió 147.897 toneladas de residuos plásticos procedentes de Estados Unidos; El Salvador, 20.975; Ecuador, 12.791, Honduras, 8.431 y Colombia, 4.415.

Esta organización no gubernamental alerta sobre el poco control sobre estas importaciones por parte de los países latinoamericanos en cuanto a toxicidad, agentes contaminantes o su destino final. 

La gravedad del comercio transfronterizo de residuos no tiene un solo punto de alarma. Por un lado, no estamos hablando del comercio de materias primas o productos que un país produce y otro no, sino que se trata de materiales que en todos los países se descartan cotidianamente, y que en muchos casos representan un problema porque no existe la infraestructura adecuada para su tratamiento, y en el caso de la fracción que no se puede reciclar, colapsan los rellenos sanitarios que ya están enfrentando una crisis o aún peor, puede conducir a propuestas de falsas soluciones como plantas incineradoras, quema en cementeras o propuestas de plástico-a-combustible. Por otro lado, la falta de información transparente sobre las subpartidas y de controles aduaneros podrían ocasionar problemas gravísimos para los ecosistemas locales y las comunidades que habitan, los lugares donde llegan los residuos importados, sobre todo cuando estos llegan contaminados y no se pueden reciclar. 

GAIA califica este comercio transfronterizo desde países ricos hacia el sur global  como una nueva forma de colonialismo basado en una relación de dominación- explotación. Esta organización denunció el cinismo de las grandes potencias mundiales que presumen de altas cifras de reciclaje y un discurso ambientalista pero, al mismo tiempo, envían cientos de contenedores repletos de plásticos hacia los mismos países a los que insta a seguir sus buenas prácticas con el medio ambiente. 

Según el portal web Statista, especializado en el análisis de datos, entre los  países que más residuos plásticos exportan a otras naciones está Alemania en primer lugar con 1.051.012 toneladas; Japón con 898.458; Estados Unidos con 666.758; Reino unido con 576.417; Bélgica con 478.792; Francia con 385.689 y Países Bajos con 374.785. Países que paradójicamente presumen de un ejemplar currículo ambiental.

Por otra parte,  las empresas Coca-Cola, Nestlé, PepsiCo y Unilever son las que más productos en envases plásticos generan. Sus ventas ascienden a miles de millones de productos de este tipo.

El destino de estos plásticos en Latinoamérica es motivo de preocupación. Durante más de seis meses, el equipo de la Red Investigativa Transfronteriza de Ojo Público y PopLab confirmó que la basura ingresa gracias a un intercambio comercial poco transparente y gracias a la deficiente vigilancia de las autoridades que impide el rastreo final de estos residuos. Aunque el material importado debería utilizarse para fabricar otros productos de menor calidad o para la elaboración de textiles, se desconocen las cifras de los montos que realmente son reciclados en América Latina y cuantos terminan en un basurero sumándose así a los 225 millones de toneladas de desechos que ya se generaran cada año en el sur del continente. 

La Organización Internacional de Policía Criminal (Interpol) también alertó sobre este tráfico transfronterizo a través de un informe en el año 2020. El texto advierte que el traslado de residuos plásticos está generando patrones criminales al ser declarados falsamente como destinados a la recuperación o como no peligrosos cuando en realidad están contaminados o mezclados con otros flujos de residuos. La Interpol denunció que el sector de los residuos sufre una serie de actividades ilegales, perpetradas de forma más o menos organizada con el fin de obtener beneficios evitando los costes del tratamiento adecuado de los residuos o creando oportunidades de negocios ilegales y rentables.

Un panorama que tiene como una de sus causas el aumento de los costos del reciclaje en Estados Unidos debido a los mayores niveles de impureza de los residuos de plástico. Una de las principales plantas de reciclaje ubicada en Alabama duplicó sus tarifas de procesamiento pasando de 30 dólares a 65 por tonelada en el año 2019. Por lo que resulta más barato y fácil enviarlo a países como México.

A pesar de que existen marcos legales internacionales para evitar el movimiento transfronterizo de desechos peligrosos, los actores que se benefician de su incumplimiento han detectado en América Latina un filón en este sentido.

En el año 1992 entró en vigor el Convenio de Basilea, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, con el objetivo de limitar el movimiento entre fronteras de desechos peligrosos y así proteger el ambiente y la salud humana. Estados Unidos no es firmante de este convenio que surgió como respuesta al vertido de desechos tóxicos de varios buques provenientes de países desarrollados en las costas de otros en vías de desarrollo como Nigeria, Filipinas y Haití a cambio de atractivos pagos.

En el año 2019 se prohibió definitivamente la exportación de residuos peligrosos a países en desarrollo. Sin embargo, no es hasta enero del 2021 que entra en vigor una regulación específica sobre los residuos plásticos con la Enmienda Residuos Plásticos que establece que los exportadores de desechos plásticos contaminados, mezclados o no destinados al reciclaje ambiental racional deben obtener el consentimiento de los receptores y estos tienen el derecho a rechazarlos. 

Esa es hoy la grieta por donde se cuelan toneladas de basura que nunca serán recicladas en América Latina ya que las empresas exportadoras e importadoras declaran los residuos como destinados al reciclaje y esquivan los débiles controles que deberían verificar que sean aptos para ello. Procedimiento que la Interpol asume como delictivo. 

De esa manera, los países exportadores se deshacen de los residuos que son más difíciles y costosos de clasificar, que sus más modernas industrias no pueden procesar y que sus propias regulaciones limitan cualquier intento de maniobrar, por su parte, las empresas importadoras de los países de destino reciben el pago por este reciclaje sin tener que demostrar que realmente lo hacen. Todo a la vista de gobiernos que no tienen el control o el interés de supervisar estos procesos y la deficiente supervisión en las aduanas.

México es uno de los países con más altos niveles de consumo de plástico y al mismo tiempo se ha convertido en el basurero de Estados Unidos: en 10 años ha recibido 897 mil toneladas de desechos plásticos.

Este país junto a Ecuador, Perú, Chile y Colombia han ingresado 1.06 millones de toneladas de este tipo de residuo en la última década proveniente de casi todo el mundo, según los datos analizados en la investigación del medio digital peruano, OjoPúblico que apunta que la cantidad importada entre el 2012 y el 2022 es equivalente a 118 veces el peso de la Torre Eiffel y suma un valor de 330.4 millones de dólares. 

Este panorama demanda de marcos legales más sólidos en América Latina y un compromiso político, no solo retórico, hacia el cuidado del medio ambiente y el consumo responsable. Los esfuerzos globales para detener el comercio de residuos plásticos deben estar orientados a la disminución en la generación de residuos como objetivo principal, no solo a mejorar los controles aduaneros, además de establecer prohibiciones para que países desarrollados envíen sus residuos a aquellos más pobres y con legislaciones débiles. Sin embargo, el cambio fundamental es hacia el modelo económico global que jerarquiza la producción del capital por encima de la vida humana y la salud medioambiental y que ha encontrado en el plástico la vía más expedita para conectar producción, distribución y consumo en la sociedad capitalista contemporánea. 

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