Ahora está en todas partes… sentado entre Monica y Joey en pleno Central Perk, al lado del Hombre Araña en el borde de cualquier rascacielos, en la silla de Juego de Tronos o sobre un tronco seco del desierto, junto a una lagartija.
Bernie está multiplicado en el metro o siendo raptado en brazos de los asaltantes del Capitolio, elevado por globos de mil colores, en medio de una cancha de basquetbol, cerca de las pirámides de Egipto, acompañando a dos mujeres borrachas y hasta siendo mostrado por Rafiki ante los súbditos del león.
Sanders, igualmente, escucha medio serio las conversaciones de tres chicas sobre el «Sex in the City», toma espacio en una junta futurista y quizás extraterrestre, se acomoda en una nave de «Star Wars» y medita en una bancada de parque junto a Tom Hanks.
Está en las escobas de las brujas japonesas, en la barra del café, entre los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, pegado con cinta adhesiva a la pared, entre la dentadura presuntamente separada de una cantante, colgado baca abajo en compañía de murciélagos, en las playeras, en las etiquetas comerciales, bajo las piernas de un jugador de Fútbol, en un puesto de ventas y en un programa de cocina.
«Bernie is everywhere», dice una amiga. Sanders se usa, está de moda… justo hoy que ya no ofrece peligro, luego de ser apartado, una vez más, de la ronda definitiva de las presidenciales. Sanders inunda las redes porque en el actual contexto, su «socialismo» reducido a una imagen sobria y sencilla en medio de la «despampanancia» da más risa que miedo para algunos y más risa que esperanza para otros.
El viejo también se ríe. A estas alturas poco más le queda.