Por: Jordanis Guzmán Rodríguez en Telenovelear.
Más divididas que nunca han estado las opiniones en torno a la recién estrenada telenovela “El derecho de soñar”. Su etapa de época no ha entendido de términos medios: o la amas rotundamente o la odias del mismo modo. Pero lo que no podemos negar, es que un producto del que mucho se ha hablado desde el cierre mismo de su primer episodio.
La magia indiscutible de la radio hizo efecto inmediato al primer contacto con estos personajes reales, pertenecientes a una época esplendorosa, donde la radio era hecha con pasión y desmesura. Pero que un gran sector de la población no conectara con la obra, es algo que se veía venir: han sido demasiados años expuestos a producciones en los que el abordaje de temáticas de la actualidad absorbió toda voluntad creativa e institucional por recrear otras épocas.
La falta de recursos, la escasez de buenos guiones y la poca preparación de técnicos y artistas, fue propiciando que las telenovelas con trasfondo histórico quedaran atrás. Volver ahora con una propuesta escrita con códigos diferentes y esperar que sea del agrado de todos, es pedirle peras al olmo. Los gustos estéticos se cultivan, se condicionan mediante acciones prolongadas en el tiempo. Las nuevas generaciones han tenido muy poco contacto con obras dramatizadas de esta índole y así mismo, los hacedores de la televisión actual (directores, fotógrafos, vestuaristas, escenógrafos, actores, etc.) también han “desaprendido” los códigos para hacer una telenovela de estas magnitudes.
Esto último se ve reflejado en el resultado en pantalla de la telenovela actual: obra con loables intenciones, pero a la que le faltan presupuestos económicos y artísticos. No son los tiempos en el que en los almacenes del Instituto de Radio y Televisión quedaban vastos elementos escenográficos y de vestuario: si otrora era difícil recrear tiempos pretéritos, ahora es mucho más engorroso. Ni hay recursos tangibles ni quedan aquellos especialistas que con muy poco hacían mucho.
Aun así, “El derecho de soñar” ha sido una buena oportunidad para experimentar de nuevo con la época y a su vez homenajear a un medio de difusión al que le debemos tanto: la radio.
Estos primeros capítulos protagonizados por una suerte de heroína trágica (María Valero) y ambientados en la época de mayor esplendor del medio, han propiciado el interés de muchos sectores del público por datos históricos, figuras de nuestra cultura y por ese fenómeno dramatúrgico considerado el folletín del que se derivan todos los demás: “El derecho de nacer”.
Si lo que los autores Ángel Luis Martínez y Alberto Luberta Martínez perseguían con esta obra, era despertar el interés por la radio de ayer, hoy y siempre, lo lograron con creces. Día a día las redes se inundan con datos históricos, curiosidades y fotografías de aquellos hombres y mujeres que perseguían un sueño divino: hacer arte.
Y es precisamente el guión quien ha hecho tal milagro. Su juego perenne con el folletín más clásico, la singularidad de los acontecimientos verídicos relatados y el tono dramático elegido, son las grandes fortalezas de “El derecho de soñar”. Sus diálogos, que sin pudor capturaron el tono radial, van adentrando al espectador en esa suerte de estampas narrativas en las que están estructurados cada uno de los capítulos. Hay buen manejo del ritmo, las acciones dramáticas y los cierres episódicos. Esto es un folletín de la A a la Z, y contrario a ser un problema, es una gran virtud.
No es menos cierto que la telenovela confronta problemas en la recreación de la época: son pocos los vestigios que quedan de la Habana de esos tiempos; sus construcciones, mobiliario, etc. Pero lo que se logró, por pequeño que fuera, ayudó a contar la historia, y hacerla medianamente verosímil.