Daniela percibe frente a ella un gran tumulto de gente. Eladio intenta llevar el carro hasta el garaje. Daniela espera a que la cola avance entre conteo y conteo para saber cuántos le faltan para entrar, le da una revisada a su correo. Eladio se preocupa por pisar el freno antes que el acelerador para no chocar con nada. Daniela Rivero estaba en una cola para comprar aceite y Eladio Hernández se encontraba manejando cuando recibieron la buena noticia.

Hasta ese momento, sus nombres no decían mucho. Pero si hoy los tecleamos en un buscador de Internet, en segundos, aparecerán cientos de resultados, algunas entrevistas y artículos que se han publicado. El 31 de julio los jóvenes estudiantes del Instituto Superior de Artes (ISA) se convirtieron en los ganadores del primer premio en el Concurso Internacional Golden Classical Music Awards 2021, en la categoría Música de Cámara.

 Dicho evento online acogió audiciones en formatos audiovisuales de concursantes de diversas regiones del mundo. Los artistas cubanos se presentaron con las obras “La Malagueña”, del reconocido compositor cubano Ernesto Lecuona, y la “Sonata para piano a cuatro manos”, del francés Francis Poulenc. La intimidad que impregnan a sus melodías ha puesto a críticos, eruditos y aficionados a debatir.

Este es el primer premio internacional que Daniela y Eladio ganan juntos. Es el resultado de la preparación, el estudio, la superación y la constancia. Desde bien pequeños ambos encontraron en el piano la versatilidad que necesitaban, una vía de escape para expresarse en acordes.

De dinosaurios, música y cambios

Entre las artes, Eladio se interesó primero por la escultura. Sobre todo, por la escultura con plastilina y barro. Con tan solo 4años expuso una de sus maquetas en el Festival Municipal de Cárdenas, pero poco después estas habilidades pasarían a un segundo plano. Con el piano de juguete que su padre le había regalado aprendió a tocar “El Manisero” del tirón. Este fue el primer paso de una afición genuina por la música que más temprano que tarde comenzaría a dar sus frutos.

Eladio ya tenía 5 años cuando su madre lo llevó a un taller donde preparaban a los niños para los exámenes de las academias de música elemental. En el año 2008 finalmente logra entrar y comienza los estudios en la escuela Alfonso Pérez Isaac, en el municipio de Matanzas. Desde entonces ya sabía que quería ser pianista.

Foto: Cortesía de los entrevistados.

En cuarto grado, su vida dio un gran vuelco. Su madre lo sacó de la escuela de música elemental para matricularlo en una primaria común. El escenario avizoraba una posible separación de las teclas. Fue un viaje sin retorno en el que, durante varios años, Eladio no pisó la escuela elemental. Pero la Casa de la Cultura de Cárdenas abrió sus puertas para que el pequeño siguiera experimentando emociones con el piano. Aun estando fuera de la academia y de su rigor, logró montar varios repertorios que lo llevaron hasta museos y teatros de los municipios de Varadero, Matanzas y Cárdenas.

Con tantos cambios su rutina se volvió ajetreada. Cada fin de semana viajaba junto a su madre hasta La Habana para recibir las clases de la maestra Mercedes Estévez. Así, se mantuvo “en dedo”.

Foto: Cortesía de los entrevistados.

Eladio fue creciendo. Mientras ganaba tamaño aumentaban sus aptitudes, sus ambiciones, pero también sus lagunas. Cuando llega a 9no grado, se da de cara con la realidad, no se había preparado lo suficiente para enfrentar las pruebas de la Escuela Nacional de Arte (ENA). Decide entonces pasar un año en el pre urbano y presentarse al examen el año siguiente. 

La vocación aunada a una perseverancia innegable permitió que Eladio no se alejara de la música. Hoy, con 21 años, ya no hace dinosaurios de plastilina. Estos reptiles, como en el mundo real, ya se han extinto en sus procesos creativos. Ahora, dedica sus horas a la práctica continua del instrumento, buscando siempre la perfección técnica-musical y una comprensión más sensible de las melodías.  

Foto: Cortesía de los entrevistados.

Miryam Cruz, quien fuera su profesora durante los 4 años de Nivel Medio en la ENA, prevé para Eladio un brillante futuro como pianista y artista en general. “La comunicación entre un estudiante de música y su profesor de especialidad, en este caso, el profesor de piano, son claves. Por las características de Eladio, desde el primer encuentro, esa comunicación fue excelente. Me exigía tanto como yo le exigía a él.”

Daniela y su exceso de energía

Dani —como la llaman sus colegas— nació en la zona más antigua de la capital cubana, en La Habana Vieja, un 5 de mayo de 2001. Ni la vocación por la ingeniería de su madre, ni la procuración de la justicia de su padre lograron sembrarle a Daniela un interés diferente al de ser artista.

Su vinculación con las artes viene desde bien pequeña. Asistió a cursos de danza, de modelaje en la Maison y de artes plásticas en Bellas Artes. Pero, a diferencia de Eladio, “yo era bastante mala”, confiesa.

Modelo, bailarina, intento de pintora y ¿un poco loca? Daniela nos cuenta que cuando era niña, solía pararse frente al espejo y contarse a sí misma historias inventadas. Tras estos eventos sus padres decidieron llevarla al psicólogo. Este les recomienda que la vinculen a algunas tareas para poder acanalar toda su energía. Fue así como la matricularon en la Compañía de Lizt Alfonso, en Gimnasia Rítmica y en La Colmenita. Todo a la vez.

Foto: Cortesía de los entrevistados.

En 2do grado, no contenta con tanto, comenzó a insistir para que la matriculasen en clases de guitarra. Su abuela vio la convocatoria para las escuelas elementales por la televisión y ese mismo año Daniela se presentó. No estaba abierta la inscripción para guitarra, pero aun así entró por piano. Definitivamente, la intensidad con la que jugaba aquella niña frente a su reflejo, era paralela a su inmensa afición por ser artista. Todavía no ha aprendido a tocar la guitarra, pero sus experimentos sonoros con el piano ilustran a la perfección la mente brillante que posee.

Sus maestras de nivel elemental formaron las bases. Pero Oscar Verdeal, su maestro de la ENA, marcó un giro en su concepción de la relajación y del piano. “Influencia aún todo lo que hago, todo cuanto me enseñó lo reflejo siempre que toco”, comenta.

Según Ulises Hernández, su profesor y director del Lyceum Mozartiano de La Habana, Daniela es una estudiante ejemplo. Capta muy rápido, tiene talento y destaca. “Siempre está pendiente a concursos y prepara las obras con antelación. Interpreta “La Malagueña” cargada de virtuosismo y toques efectistas. El premio le tocaba.”

Foto: Cortesía de los entrevistados.

Un dueto sin nombre: el origen

Daniela y Eladio se conocieron en una clase de matemáticas a la que ella llegaba tarde. Era el primer día de él en esa aula y, por coincidencia, escogió sentarse en frente de ella. Eladio había pasado un año en un pre urbano y eso despertó la curiosidad dormida de Daniela ante los números de la pizarra. De inmediato empezó a indagar qué había sido de la vida de Eladio antes de sentarse en esa silla. Desde entonces se volvieron inseparables, los mejores amigos.

Su primer encuentro musical tuvo lugar en un aula de estudio. Ambos tocaban la misma pieza, Eladio se brinda a ayudarla pensando que lo necesitaba. Pero según cuenta el joven pianista, para su sorpresa: “Daniela estaba escapá”, necesitaba aplausos, no ayuda.

Sin embargo, no quiere Daniela especificar sus emociones. “Eso me da un poco de pena”, responde cuando intento saber cuáles fueron sus primeras impresiones sobre Eladio. Tras algún rodeo, termina admitiendo que pensó exactamente lo mismo que él de ella. Él dice que no la ayudó y ella al revés. Ambos eran para el otro los mejores de primer año.

Nada está escrito en piedra. Del odio al amor hay solo un paso, pero de la amistad al noviazgo, al parecer, bastante menos. Eladio cuenta que la intentaba enamorar desde finales de 1er año. “Aquí dónde tú me ves yo estoy muerto con ella, no le digas nada”, me dice. Sin embargo, Daniela se tomó su tiempo para meditarlo, no fue hasta octubre de 2017, a inicio de su segundo año en la ENA, que le dio el SÍ quiero. Y hoy, tras cinco años de haberlo conocido, aún continúa poniéndose nerviosa cuando toca frente a él. Las mariposas revolotean.

Su dúo aún no tiene nombre. Comenzaron a trabajar como pareja en tercer año de nivel medio para la asignatura Música de Cámara. La química y la complicidad entre ambos era sorprendente. Surge así la idea de formalizarse como dúo y crear música juntos. Entre tanto entusiasmo aparece la pandemia, pero no logra frenarlos. Con el encierro y la incertidumbre llegaba también la convocatoria para el certamen Golden Classical Music Awards International. La decisión de participar fue inmediata.

Foto: Cortesía de los entrevistados.

Eladio estaba en Matanzas y Daniela en La Habana. Inicialmente tenían previsto presentar la “Sonata para piano a cuatro manos”, del francés Francis Poulenc. Comenzaron a prepararse de forma independiente, intercambiándose audios o llamándose por teléfono para mostrarse los avances.

Una vez dominaron la obra, Eladio alista su partida para La Habana. Juntos en la capital comienzan a pulir y dotar de sutileza los acordes. La maestra y pianista Mayté Aboy los apoyó durante esa penúltima etapa del proceso.

Luego de medir el tiempo de duración de la pieza, y atendiendo a la sugerencia del maestro Ulises Hernández, deciden montar también “La Malagueña”. Este resultó un reto aún mayor debido a la proximidad de la fecha de entrega. Con el celular del profe Ernesto Oliva como cámara y ya con las obras aprendidas y perfiladas, grabaron, en el Memorial José Martí, los videos que resultaron ganadores del certamen.

“El tiempo de preparación, el estudio y la superación es siempre lo que a uno le queda de un concurso”, confiesa Daniela. Esta competencia “nos dio la posibilidad de medirnos con la generación nuestra de músicos de todas partes del mundo, que entre tantos nos considerarán ganadores para nosotros fue verdaderamente un honor tremendo.”

Foto: Cortesía de los entrevistados.

A pesar de los duros momentos que se viven, este galardón los motiva a seguir haciendo arte. Eladio asegura que la disciplina, el constante esfuerzo y el amor por el instrumento son los factores que le han ayudado a lograr metas como esta.

“La música nunca acaba, es un sendero lleno de sorpresas que solo con la constancia se descubren”.

Entre el recuerdo de sus profesores –que siguen de cerca sus pasos–, sus amigos fanáticos y la familia que no defrauda, Eladio y Daniela continuarán sorprendiendo a su público. Esperamos con afán su presentación en el Weill Recital Hall, del Carnegie Hall. Un evento que ocurrirá en diciembre del presente año. Merecida oportunidad que les llega también gracias al Concurso Internacional Golden Classical Music Awards. Quizá para esa fecha ya tengan decidido un nombre, mientras, el dúo de Daniela y Eladio seguirá compartiendo con todos su amor por el piano y la buena música.

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