Aquel salón había sido tantas cosas. Personalidades muy diversas, anónimas incluso, pisaron sus lozas, tocaron sus paredes, admiraron lo que estaba sobre sus cabezas. El siglo XXI lo vio descuidado, viejo, «usado». Era necesario restaurarlo y así fue.
Otros jóvenes, también anónimos, pegaron la nuca con la espalda y admiraron de nuevo lo que estaba encima, pero: «Algo andaba mal. ¿Una cúpula? No se correspondía con lo que veíamos desde adentro. Averiguamos a fondo. Parecía un falso techo. Nos subimos a la azotea y rompimos uno de los respiraderos de luz que tenía». Una pequeña cámara fue testigo del misterio de la cúpula del Palacio del Segundo Cabo: seis hermosas pinturas de óleo.
«Cuando retiramos los falsos techos se pudieron ver bien las pinturas. En realidad, debían ser ocho, pero solo seis estaban allí, en pésimo estado», cuenta Juan Carlos señalando el techo sobre su cabeza.

Ese se convirtió entonces en su tercer proyecto. Lo más interesante era el misterio. «Las obras se encontraban en muy mal estado; devolverles el esplendor fue complejo, pero magnífico». Todo empezó en 1994, o quizás un poco antes.

«Mi formación viene de las escuelas de artes, pues estudie en la de 23 y C. Siempre me gustó pintar y dibujar. Luego cogí el pre y la Escuela de Diseño. Estando allí lanzan la convocatoria para estudiar en la Escuela Taller de La Habana, centro académico que formaba parte de un proyecto de creación de este tipo de escuelas en toda Iberoamérica financiado por España. Esta escuela contaba con 14 oficios para rescatar la vidriería, la albañilería, entre otros, y la pintura mural. Aprobé las pruebas y empecé a estudiar Restauración de Pintura Mural. Soy de la primera generación graduada de la escuela taller», comenta Juan Carlos.
Entonces pronuncia con igual carga de respeto y confianza una palabra: Leal. Mientras otros escogen decir Eusebio para resaltar su cercanía con el historiador, Juan Carlos solo dice Leal; no necesita demostrar nada, para él es suficiente. Fue justo como estudiante que tuvo los primeros encuentros con Eusebio Leal Spengler, «los primeros de tantos otros».
«Leal se enamoró mucho de la Escuela Taller de La Habana y constantemente nos visitaba para pasar tiempo con nosotros. Este y las increíbles charlas/conferencias fueron el primer contacto visual que tuve con él y donde empezó nuestra familiaridad».
Después llegó su gran proyecto de fuego, acabado de «salir del horno». «En 1994 comenzó la restauración de los lienzos de El Templete y se solicitó que cuatro estudiantes egresados de pintura mural pasaran a restaurar pintura de caballete. Yo fui uno de los que dio el paso».
El proyecto de El Templete fue un trabajo financiado por Francia para restaurar las pinturas que se encontraban en ese lugar, que son de la autoría del pintor francés Juan Bautista Vermey. «Ellos estaban preocupados por ese patrimonio y fue ahí el estreno de nosotros».

Las pinturas estaban en pésimo estado. Habían sido pintadas en 1828 y solo se sacaron del lugar en 1926 por el ciclón de ese año, según cuentan crónicas de la época. «Las restauraciones que se hicieron en ese tiempo fueron en el lugar, mientras que la que hicimos nosotros fue capital, con tecnología, métodos científicos, etc. Fueron siete u ocho años que se estuvo trabajando», precisó.
Esa introducción oficial en el mundo de la restauración ayudó a acercarlo a Leal. «Él era muy amigo de mi jefe y maestro Rafael Ruiz y siempre lo visitaba. Entonces ya no eran los “noventitantos” alumnos de la escuela, solo éramos cuatro, y la relación tomó carácter personal. Llegamos a tutearlo y él a nosotros».

Leal fue un gran coleccionista y yo lo ayudaba en su casa a restaurar algunas de las piezas. Sin querer también fui haciéndome coleccionista y compartimos muchos momentos juntos.
Otros importantes proyectos llegaron con el tiempo, como fue el caso de la restauración de las obras del Museo Provincial de Santiago de Cuba «Emilio Bacardí Moreau» por el aniversario 500 de esa ciudad. Fueron cerca de 109 piezas que, en palabras de Juan Carlos, constituyeron un gran reto porque casi no se tenían materiales y «echamos todo para adelante con el objetivo de que estuvieran en tiempo».
Sorprenden como parte de La Habana Vieja varios murales, algunos famosos como los del pintor español Hipólito Hidalgo de Caviedes, quien legó su arte tras vivir varios años en Cuba. Cerca de 14 murales están inventariados. «En Aguiar y Empedrado, lo que era el Banco Pedroso, luego el policlínico «Tomas Romay» y ahora es una vivienda, hay uno de estos murales en muy mal estado. Una de las últimas cosas que nos pidió Leal antes de su partida fue rescatar esa obra y así lo hicimos». La entrega fue en diciembre del 2020.
Ahora «La muerte de Maceo» está en sus manos. Como parte de la restauración de la Sala de las Banderas, Juan Carlos da mantenimiento a uno de los cuadros más famosos del pintor cubano Armando García Menocal.

Un pintor no es restaurador, pero un restaurador sí puede ser pintor
Con una detallada y a la vez sencilla explicación Juan Carlos pudo resumir, quizá, la esencia del vocablo restauración: es un arte que tiene un componente científico muy elevado porque depende de muchas ciencias afines; el restaurador debe dominar todos esos elementos e interactuar con ellas.
De igual modo, agregó que constantemente los materiales y métodos para restaurar se van renovando; por ejemplo, en el clima de Cuba, donde existe una temperatura y una humedad altas, los cambios son muy bruscos, entonces son varios los factores vivos que invaden las obras: hongos, comejenes, etc.
La restauración de una obra de arte tiene dos principios básicos: la mínima intervención y la reversibilidad de los materiales; por ejemplo, las obras no se deben retocar con óleo, sino con barniz y pigmento, que se puede remover fácilmente. Hay sistemas de limpieza que constantemente se están innovando, que abogan por la salud de la obra.

«La limpieza con láser es la última tecnología, evita el contacto húmedo con el trabajo y se localiza lo que se quiere restaurar con mayor facilidad, evitando los daños colaterales que pueda tener. En Cuba todavía se está realizando solo en metales. En pintura es bastante delicado», añadió Juan Carlos, hoy jefe del Gabinete de Restauración de pintura de caballete de la Oficina del Historiador de La Habana.
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Los misteriosos óleos de la cúpula del Palacio del Segundo Cabo estuvieron guardados durante unos cuantos años hasta que la restauración del lugar empezó a avanzar y se pudo rehabilitar la cúpula; entonces fueron incorporadas las pinturas. Se le devolvió el esplendor a algo que estaba totalmente perdido, contaminado y en pésimo estado. Juan Carlos estuvo allí, como tantos otros jóvenes restauradores, anónimos quizá, pero imprescindibles.