Por: Yordany Lugo López

Llegó la hora del pitido final. El sueño se nos hizo pesadilla. El eterno Gianluigi Buffon a los 45 años y luego de 28 temporadas y 1151 partidos dice adiós. La nostalgia se apodera de los tifosi italianos y de los miles aficionados a su clase magistral bajo los palos. El eterno capitán, campeón del mundo con Italia en el 2006, levanta las manos en señal de victoria.

Nos legó la fantasía de ser Superman con un traje de portero. Paradas brutales a mano cambiada, saltos felinos y carácter a raudales. Debutó a la edad de 17 años en un histórico Parma frente al AC Milán y dejó la valla invicta. Hecho que repetiría en más de 500 ocasiones para convertirse en el único arquero con esa cantidad de juegos imbatidos.

Fue tanta su grandeza que incluso muchos soñaban con imitarlo. Había un nuevo referente para los niños, un gigante que detenía balones para regalar ilusiones y premios. Los 29 títulos en su vitrina reflejan la consagración de una leyenda que nació en el Parma, pero se enamoró de una vieja señora: la Juventus. Incluso acompañó a la Vecchia Signora por la segunda división. Lealtad y fidelidad a los colores de un caballero. Reconocido cuatro veces como el mejor portero del año avalan la calidad del loco más cuerdo.

Increíblemente, a los 39 años fue reconocido como el mejor guardameta del mundo en los Premios The Best de la FIFA. La gloria la consiguió a base de esfuerzo y constancia. En su peregrinar por el fútbol nos enseñó a regresar a nuestros orígenes. La mejor manera de cerrar un ciclo es donde se inició. Comenzó en el mejor Parma de la historia y se retiró en uno completamente distinto con las mismas ganas. El primer amor a veces se hace eterno. Cumbre y cima para uno de los mejores arqueros de la historia.

Constituye una leyenda de la selección azzura con la mayor cantidad de desafíos jugados (176). Con su nación alzó la copa del mundo en el 2006 en la final contra la Francia de Zinedine Zidane. Representaba la sobriedad y era el candado a un conjunto de grandes defensores. Ese año fue nominado al Balón de Oro. Para muchos, tenía méritos para levantar el ansiado premio. Igual ya era un ídolo para los fanáticos de Italia. Gigi se hizo un paradigma en el arte de ser portero. En la eterna porfía con Iker Casillas, ambos daban muestras de ser, ante todo, caballeros del arco.

Anunció oficialmente la despedida del deporte activo, un icono que jugó al lado de padres e hijos como Enrico y Federico Chiesa. Un retador del tiempo y un cómplice del elixir de la juventud. Un verdadero líder, un señor amante del balompié. Toca ahora pegar la cabeza a la almohada y reencontrarlo en nuestra memoria.

Estuvo un año en París, en la ciudad de la luz, pero él tenía su estrella propia para irradiar. Todos los adjetivos pueden describir al mito. Este periodista tendrá la dicha de contarle a sus hijos que conoció a un superhéroe con medias, tacos y barba. Ensalzar su figura es tan fácil. Por eso en un ejercicio de gratitud futbolera le digo, Grazie Gigi.

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