Aquel 17 de mayo de 1890, la Habana se estremeció como nunca antes. Llamas de grandes proporciones devoraban la esquina de Mercaderes y Lamparilla. Los cristales crujían ante el fervor del incendio que amenazaba con no dejar nada, incluso la vida.

Ante la negativa de existir cualquier peligro extra dentro de la Ferretería Isasi, parte de los cuerpos de bomberos se dispusieron a entrar en el lugar y extinguir lo más rápido posible el feroz incendio que acechaba la tranquilidad de la zona, mientras que el resto, ubicado a todo lo largo de la calle Lamparilla, dirigían las maniobras del equipo.

Ingresaron a ciegas, bajo el engaño del Sr Isasi de ser un simple fuego, mas en la esquina del almacén descansaban varios kilos de dinamitas de contrabando.

Una pequeña explosión, provocada quizás por sustancias químicas, asustó a los curiosos que allí se congregaban, es entonces cuando una segunda detonación de proporciones abismales hizo llover escombros en los alrededores y le arrebató la existencia a 36 personas.

De los fallecidos, siete pertenecían al Cuerpo de Bomberos Municipales, 17 al Cuerpo de Bomberos del Comercio, uno era miembro de la marina y cuatro agentes del orden público.

Los periódicos se hicieron eco de este suceso nunca antes visto y que conmovió a la Habana colonial. La ciudad completa se vistió de luto ante los sucesos del fatídico 17 de mayo.

Hasta un restaurante frecuentado por algunos Bomberos del Comercio decidió dejar algunas sillas vacías en honor a los caídos.

Imagen del fotógrafo cubano José Gómez de la Carrera de la avanzada del cortejo funerario.

Dos días después del siniestro tendría lugar el entierro de las víctimas. La marcha hasta el Cementerio de Colón inició en el Ayuntamiento de La Habana a las cuatro de la tarde. Una caravana liderada por las personalidades de la época era seguida por un mar de pueblo que lloraba las pérdidas.

En el centro de esta gran movilización, las bombas y carros de bomberos, aún con las marcas del derrumbe, eran alados por caballos que transportaban los restos hacia su lugar de descanso.

Pocas veces las calles habaneras fueron testigos de una concentración de tales magnitudes en el siglo XIX. Cientos y cientos de personas escoltaron a los héroes y otras tantas esperaban en el cementerio para rendir tributo a aquellos que murieron en cumplimiento del deber.

Monumento a los Bomberos en el Cementerio de Colón, realizado por el escultor Agustín Querol y el arquitecto Julio M. Zapata.

El 22 de julio de 1897, después de un montaje de cinco años y un costo total de 55 000,99 pesos en oro, fue inaugurado el Monumento a los Bomberos, lugar que pasó a convertirse en la última morada de estos hombres.

El sepulcro está custodiado por cuatro esculturas que representan el heroísmo como símbolo de paz, el sacrificio, el martirio y el dolor con una antorcha invertida como recordatorio de lo efímero del tiempo.

Justo en la cúspide, el Ángel de la Fe sostiene el cuerpo de un bombero y señala al cielo en busca de la justicia divina que no se efectuó en la tierra.

Con información extraída de:
Bomberos en La Habana. (VI). Publicado el 14 Octubre 2010. Opus Habana.
Bomberos en La Habana (X y final). Publicado el 08 Noviembre 2010. Opus Habana.

Documentos del Equipo Técnico de Historia, Conservación e Informática de la Necrópolis Cristóbal Colón.

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