Fue muchas veces otra y, sin embargo, nunca dejó de ser ella misma. Una mujer tan sensible como rebelde, hermosa pero insegura de su físico, una actriz cabal y multifacética. En todo momento: Mirtha Ibarra.

De esencia indomable, la niña criada en San José de las Lajas, con 14 años enrumbó al oriente cubano como parte de la Campaña de Alfabetización; antes había tenido que inscribirse en la tarea a escondida de sus padres y luego convencerlos. Ya no era la traviesa de las castañuelas y los bailes a la familia frente televisor cuando regresó, era entonces una joven más madura, decidida. Poco tiempo después descubrió su destino.

Recién terminada la mayor gesta educativa de todos los tiempos en Cuba, Fidel Castro hizo un llamado para la entrada en la Escuela Nacional de Arte y allí estuvo Mirtha, nuevamente en contra de la voluntad de sus padres, becada durante cinco años. Una vez egresada como actriz, fueron las tablas sus escenarios, primero como parte del Joven Teatro de Gerona y luego de Teatro Estudio.

La hija de una despalilladora de tabaco y un obrero de la fundición, sin ningún antecedente familiar en el sector cultural, es hoy una consagrada artista cubana con más de una veintena de apariciones en la gran pantalla, similar número de obras en el teatro y presentaciones en la televisión nacional.

En el ejercicio de su profesión la avalan varios premios, pero hay algo que le complace mucho más: «convertirme en distintos personajes y de ese modo también conocer de una manera más profunda al ser humano, sus contradicciones, frustraciones, anhelos y también sus mezquindades. La envidia, la deshonestidad. Esto se convierte para mí en un antídoto, para ser cada día mejor persona», explica Ibarra.

Una vida en el celuloide

Con más de 50 años de desempeño actoral, revisar el transcurso de la carrera de la intérprete es dar un bosquejo por lo mejor de la cinematografía cubana de los últimos tiempos. Bajo la dirección de Tomás Gutiérrez Alea fue parte del reparto de la multipremiada cinta Hasta cierto punto (1983), así como también de uno de los filmes cubanos más galardonados, Fresa y chocolate (1993), en coproducción con Juan Carlos Tabío.

Su presencia además en otras muestras del séptimo arte como Adorables Mentiras (1991) de Gerardo Chijona, en largometrajes extranjeros como Cuarteto de La Habana (1998) del español Fernando Colombo o la más reciente película El cuerno de la abundancia (2008), no opacan su paso por el teatro. Sobre las tablas estuvo en El rojo y el pardo (1974) dirigida por Mario Balmaseda, luego con Tito Junco con A la orilla de la presa (1978) y Obsesión habanera (2000) fruto de su autoría y dirección.

Tiempo antes de comenzar a hacer cine, cuando aún no existía el mito de su rechazo a la televisión, Mirtha Ibarra tuvo su paso por la pequeña pantalla. Apareció en novelas y series, entre ellas: El hombre que vino con la lluvia, Shiralad y Los pasos hacia la montaña. Con tal trayectoria pareciera que todo está dicho, sin embargo, no es así.

Usted no llegó a Hollywood, considerada la meca del cine a nivel mundial, pero logró estar en el primer largometraje cubano nominado al Oscar, “Fresa y Chocolate” ¿cuáles considera como sus principales resultados en materia profesional?

«Creo que la sinceridad, honestidad y espontaneidad a la hora de interpretar la vida de esos personajes en todas sus facetas y profundidades. No se trata de copiar las apariencias externas. Actuar de forma orgánica, no sobreactuar; como decía un escritor: “al buen verso no se le nota la escuela”. Y esto es aplicable para todas las artes.

Mirtha, Titón y el cine de hoy

«Titón -Tomás Gutiérrez Aela- me dijo una vez que había escuchado el mejor piropo que le podían hacer a un actor. Decía alguien cuando me dieron el Gran Coral por ‘Hasta cierto punto’: “No sé cómo la han premiado si ni siquiera actúa”. La Nancy es uno de esos resultados, con los cuales gané muchos premios».

En alguna entrevista leí que usted se sentía una actriz realizada ¿por qué?

«Bueno eso de realizada creo que hasta cierto punto. Satisfecha con lo que hecho y no por lo que me falta por hacer. Es lamentable que cuando uno tiene la madurez alcanzada en este trabajo, no existan casi papeles para nuestra edad. Como si no tuviéramos, amores ni conflictos ni pasado ni futuro, no existimos.

«Me desagrada la espera. Estar siempre esperando que te llamen para un proyecto, y sentir que el tiempo transcurre inexorablemente. El implacable, como dice Pablo Milanés, que no se detiene y te va erosionando lo mismo el cuerpo que el alma».

Mirtha Ibarra es una actriz consagrada con su tiempo
«Me desagrada la espera. Estar siempre esperando que te llamen para un proyecto, y sentir que el tiempo transcurre inexorablemente>>

Ella, que nunca se creyó bella, hoy se mira al espejo y asume cada cana, arruga, los años y todo lo que conllevan. ¿Es acaso la madurez sinónimo de estar inactiva? Para Mirtha no. Por estos días lleva un proyecto al frente: Neurótica Anónima, concebido como una obra de teatro sobre la vida de una mujer frustrada y maltratada por su esposo, por lo cual no alcanzó su sueño de ser actriz. Ya interpretado por Ibarra en teatro, ahora espera por financiamiento para llevar la obra al cine.

De concretarse la filmación de Neurótica Anónima para la gran pantalla, Mirtha Ibarra incursionaría, por segunda vez, en la dirección cinematográfica. Quizás inspirada por quien fue su compañero en la vida, amigo, director, quien motivó su primera ocasión dirigiendo un documental –De La Habana a Guantanamera-: Tomás Gutiérrez Alea. Pero mucho más vincula las vidas de ambos.

Aquel intento de beso de Titón al conocer a Mirtha fue solo el preámbulo. La joven, aún casada, rechazó el atrevimiento del director de cine sin saber que, tiempo después, pasarían 23 años juntos con sueños, aventuras, trabajos y amor de por medio. Con la partida física de Gutiérrez Alea en 1996, ella sintió la necesidad de salir adelante, ya sin quien le llevara el café a la cama cada mañana, computarizara sus escrituras o le llenara los papeles de vuelo.

Mirtha Ibarra y Titón juntos durante Fresa y Chocolate
En 23 años juntos, Titón y Mirtha compartieron sueños, aventuras, trabajos y amor.

Sin embargo, también le sirvió de impulso a Mirtha para promover tareas en función del rescate de la obra de uno de los más prolíferos cineastas que ha dado Cuba. Al documental, encargado de mostrar las distintas facetas del artista, lo secundó un libro, Volver sobre mis pasos, epistolario de Tomás Gutiérrez Alea. Y, ahora, otra iniciativa en marcha.

¿Qué tareas desarrollará el recién estrenado centro dedicado a la vida de Titón? ¿Cuál será su quehacer?

«La Casa de Titón y Mirtha, que así se llama gracias al Doctor Eusebio Leal, Historiador de la Ciudad, se propone poner al servicio de la comunidad todo el material audiovisual y bibliográfico de Tomás Gutiérrez Alea, promover y conservar la memoria de uno de los más importantes directores de cine. La proyección de películas tanto para adultos como adolescentes y niños. Organización de talleres y coloquios, promoción de cursos relacionados con la investigación y la crítica cinematográfica.

«Concretar foros y talleres de artistas nacionales, directores de cine, fotógrafos, editores, entre otros. Así como también encuentros dedicados a la reflexión y el análisis de temas de la creación y la apreciación audiovisual que contribuirá al desarrollo espiritual y cultural de la comunidad. Se vinculará con las escuelas de cine, la Cinemateca de Cuba y otras instituciones».

¿Qué piensa acerca de la necesidad de llevar el cine a la comunidad?

«Decía Karl Marx que la obra de arte, crea un público sensible al arte y capaz de gozar la belleza. El cine tiene ese poder no solo del goce estético sino también de ensanchar sus conocimientos, para poder entender mejor el mundo y su realidad. Nuestro cine se ha caracterizado por tratar de crear ese público crítico y reflexivo. Por lo que considero que es muy importante llevar el cine a todas las comunidades. Leí una vez que el arte es para la comunidad, lo que el sueño para el individuo, y sin sueño no hay vida».

Tomás Gutiérrez Alea es uno de esos cineastas cubanos a los que siempre es necesario volver para estudiar y analizar ¿se hace en Cuba lo suficiente desde su punto de vista?

«Creo que sí y esto se puede comprobar en la titánica empresa que se acometió para buscar la restauración de las películas de Titón en otros países, porque Cuba no disponía de los medios tecnológicos para hacerlo. La Cinemateca de Cuba ha jugado un papel decisivo en esto. Gracias  a este esfuerzo ya se han restaurado, varias de sus películas como La última cena, Los sobrevivientes, Una pelea cubana contra los demonios, Fresa y Chocolate, entre otras»

Hoy, sobre todo por parte de los jóvenes, existe un intento de nuevas maneras de hacer cine, el llamado independiente ¿Qué opinión le merece?

«Creo que los jóvenes siempre van a tratar de  ser innovadores, pero es inteligente  también aprender de los que nos precedieron e hicieron un cine de calidad indiscutible. Esto del cine independiente nace de una necesidad de los jóvenes y considero que ha sido necesario».

Opuesta de la censura por creer en su efecto contrario. Amante de la naturaleza por encontrar en ella la luz. Honesta, solidaria, perseverante. La Nancy de Adorables mentiras o Fresa y chocolate; la Lina de Hasta cierto punto y la Georgina de Guantanamera confluyen en una única y extraordinaria mujer: Mirtha Ibarra. Entre tantas, ella.

Por Laura Alvarez Sanchez

Con proyectos en el tintero, entre ellos: graduarme de Periodismo. Escribidora con FCOM como casa desde septiembre de 2019. Estado actual: en construcción...

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