Por Kenia Méndez
Nany -y todas las mujeres- estamos llamadas a dar siempre más. Esfuerzo desmedido es lo que se espera de nosotras: como físicas, como hijas, como hermanas y así hasta el infinito. El telefilme La vida media del muon, que cerró las entregas del programa Una calle, mil caminos de este verano, habla de esos esfuerzos. En la práctica: obstáculos, desafíos, desigualdades, irrespeto, injusticias y múltiples guiños a otros temas vitales.

Con la dirección de Mariela López Galano y, a partir del guion de Lil Romero, la propuesta se acerca al tema de la mujer en la ciencia. Desde la historia de Nany, una joven que llega a cursar el 12 grado en la Facultad de Física de la Universidad de la Habana, vemos en la pantalla inequidades normalizadas cada día.
Un profesor profundamente machista, un compañero de aula que daba todo porque “el concurso no lo ganara la jevita”, una abuela inspiradora, mujeres brillantes y conscientes de sus luchas, un hermano en situación de discapacidad y una madre sobreprotectora que ejerce muchísima presión. Estos son algunos de los factores que determinan la cotidianidad de Nany. En la ciencia “hay que esforzarse y no se admite drama”, dice el profesor. “Tienes que ocuparte de tu hermano”, agrega la madre.

En el medio está ella. Va con la promesa de estudiar los muones que le hiciera a su abuela, con el sueño de ser física, con el cariño inmenso hacia su hermano Marquitos, con las energías que hacen falta para transformar y con el ímpetu para volver a intentarlo con cada una de las personas que la rodean. Con todo eso a cuestas, logra poner en la mesa de su profesor una investigación. A pesar de todos los esfuerzos de este por cancelarla. Así mismo, acompaña a su novio en el camino de las masculinidades no hegemónicas y procura mayor libertad para su hermano.
Las desigualdades de género son multidimensionales y La vida media del muon nos pone justo frente a esa complejidad. Nany no solo tiene que lidiar con los estereotipos y prejuicios que la ubican en “el lugar equivocado”, bajo la sentencia de que la física es para los hombres. Enfrentar también las inseguridades y la sobreprotección de su madre. Quien ha puesto sobre sus hombros una parte importante del cuidado de su hermano más pequeño.

Las labores de sostenibilidad de la vida cotidiana han sido –tradicionalmente- un encargo de las mujeres y, en muchos casos, empiezan desde la propia niñez o la adolescencia. Es difícil que ocurra este proceso con los varones, pero para las mujeres es otro de “los extras”. Ya saben, hay que esforzarse.
Justo aquí salta otro tema urgente al cual se acerca el audiovisual: la crianza e inclusión de niños y niñas discapacitados. “Es de mi propiedad porque lo parí”, una de las frases de la madre sobre Marquitos. Sin dudas, ese único parlamento da para mucho. Nos habla de las deudas que tiene nuestra comunicación y nuestros productos culturales.
La crianza respetuosa y la centralidad de los derechos de niños, niñas y adolescentes en los procesos educativos, ya sean familiares o escolares, necesitan ser tratados con creatividad y rigor, como hizo este telefilme.

Entre los grandes regalos que nos hizo La vida media del muon estuvo Marquitos, Ahmed Décalo, un niño de 9 años con Síndrome de Down. Tenerlo en pantalla demuestra que podemos y debemos apostar por la inclusión. Es una inspiración brindada el pasado sábado en la televisión nacional.
Una calle, mil caminos ha tenido entre sus aciertos de esta temporada el tratamiento exquisito de problemáticas complejas. El ejercicio de la paternidad y la maternidad, la violencia en la infancia, la emigración, la homofobia, las desigualdades de género, entre otros. Queda entonces pendiente, a mi juicio, que el espacio se piense cómo diversificar sus formatos y modos de llegar a adolescentes y jóvenes. Quienes no estuvieron a las 2:00 PM de este sábado frente a la pantalla del televisor también necesitan toda la magia de estas historias.
