La siguiente escena puede ocurrir en cualquier parte de Cuba, cualquier día, a cualquier hora. Tomemos como ejemplo, la calle 23, un miércoles, a las 2 de la tarde.
Por: Elianis Cutiño
Yo ya no me inmuto. Desde que lo vi cruzar la calle de medio lado me preparé para lo que me tocaba. Uno más, con la misma frase asquerosa, que no por más veces escuchada me genera menos rechazo.
El tipo se me acerca al pasar y hoy, que voy con dolores menstruales, no juego a hacerme la loca con los audífonos, a huirle, a cruzar yo la avenida para no tener que escucharlo. No. Esta vez me paro, a ver si tiene el descaro de decírmelo de frente, y sí:
– ¡Mami, qué rica estás pa’ darte p!ing@ toda la noche!
Él se piensa que está acabando, que me tiró lo último, pero como su “piropo” de original tiene lo mismo que mis zapatos, me ha dado tiempo a pensar mi respuesta. Mirada de arriba a abajo:
– Ay, mijo, ¿ tú crees que puedas?
Asombro. Balbucea algo sin mucho sentido, a lo que me sonrío y le doy la espalda para seguir mi camino, con una pequeña victoria debajo del brazo. No puedo recomendar a las mujeres que le anden respondiendo a cuanto tipo le dice barbaridades por la calle. A veces es más fácil bajar la mirada y seguir. Es más seguro apurar el paso, hacerse la sorda, tragarse el asco. A veces nos sentimos demasiado vulnerables porque, al final, no pasa nada.
No pasa nada cuando me hacen sentir miedo, no pasa nada cuando un extraño me toca el pelo sin mi consentimiento. No pasaría nada si por la respuesta que le di al “gracioso” de 23 le da por darme un golpe. Al final, ” ella se lo buscó”, “mírala con ese vestidito”, “quién la manda a responderle a un hombre, tenía que haber seguido su camino, si al final, el piropo en Cuba es cultura”.
Pues no, distinguidos y distinguidas. Hoy ando con dolores menstruales, los audífonos se me rompieron y no me dio la gana de callarme.