Solo bultos. Cero colores. La noche lo ayuda a definir algo. ¿La claridad? Nefasta. Así ve pasar los días quien disfrutó de los placeres de la vida a todo color; pero el destino le arrebató la visión para siempre.
Con su peculiar estilo camina las calles de Santiago de las Vegas, esas que conoce aún sin verlas. Saluda a todos. Trabaja. Hace algunas compras. « ¿Mi vida? la de siempre».
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Alejandro González era un niño bastante tranquilo. Disfrutaba la televisión como ninguno, aunque de vez en cuando sus travesuras se escuchaban por toda la cuadra.
Extraño mucho esos años de adolescente y pequeño joven. Recuerdo las salidas con los amigos, la novia. Era una vida sin preocupaciones
Graduado de técnico medio en mecánica, ejerció solo tres años la profesión. Luego trabajó como custodio en la escuela Villena Revolución de Boyeros. Entonces llegó el suceso.
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«Yo pasaba por su cuarto y vi que le costaba mucho leer los subtítulos de las películas. Ante mi inquietud Alejandro confirmó lo que pensaba», recuerda su madre Idania Abascal.
Esta sospecha llevó a Idania hasta el Instituto de Oftalmología del Hospital Nacional, donde le realizaron un reconocimiento general del fondo de ojo a su hijo. «La doctora me dijo que veía algo raro en los resultados. Desde ese momento no pude volver a dormir».
Efectivamente, tras otros exámenes, los resultados mostraron un tumor maligno en el cuarto ventrículo del cerebro. Alejandro tenía cáncer.
Sin embargo no fue hasta después de la operación que el muchacho supo de la gravedad del “quiste”. «Por propio consejo del Dr. Grabiel, quien nos atendió en el Calixto García, solo le dijimos a Ale que tenía un quiste en la cabeza y había que quitarlo. Era preciso que estuviera calmado. Todos sabíamos que la operación era de alto riesgo, casi imposible salvarlo».

La madre no olvida esa época en la que vinieron estudios, más exámenes, gestiones con el Banco Nacional de Sangre para asegurar la disponibilidad de O-; «días donde los clordiazepóxidos, tilos, diazepam eran los protagonistas».
El tumor, del tamaño de un huevo, se debía a una acumulación de líquido en el cerebro por años, la cual nunca se había detectado. La única referencia lejana fue la hidrocefalia diagnosticada cuando pequeño.
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El 27 de enero del 2017 fue el primer día de su nueva vida. Tenía una válvula desde la cabeza hasta la vejiga, por dentro del cuerpo, para drenar el líquido de ese ventrículo a través de la orina; con espejuelos oscuros y bastón para ciegos.
Sí, porque Alejandro perdió el 15% que le quedaba de visión. Los bultos que observa con el ojo derecho, desaparecerán con el tiempo quedando totalmente ciego.

Tras tratamientos con psicólogos, un protocolo de medicamentos para los nervios, la Asociación Nacional de Ciegos (ANCI) hizo entrada.
«Su incorporación a este grupo fue lo mejor que pudo pasar. Le hacía mucha falta salir, socializar, aprender sobre su nueva forma de vivir», asegura la madre.
Alejandro hizo amigos, tuvo pareja y aprendió braile. Ahora trabaja doblando y pegando sobres al tacto para donaciones a empresas.
Fue muy difícil ver durante treinta años y de repente todo lo que te gusta desaparece para siempre. Extraño ver el mar, las estrellas, la belleza de las mujeres. Ahora tengo que disfrutar del mundo de otra forma. He desarrollado mucho mis otros sentidos y a través de ellos veo lo que me rodea.
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Llega a su cuadra, con su bastón sube a la acera. Saca las llaves, toca la cerradura y así logra abrir la puerta. Entra. Ya está en casa. Un día más sin errores.

Hoy 4 de febrero, Día Mundial contra el cáncer, Alejandro recuerda todo lo que sufrió. Compara su vida antes y después de la operación. Es cierto, tiene dificultades ahora; pero conserva algo mucho más valioso: la vida. Y él está consciente de ello.