Amada, supón que me voy lejos, tan lejos que olvidaré mi nombre. Amada, quizás soy otro hombre más alto y menos viejo que espera por sí mismo, allá lejos, allá trepando el dulce abismo (…)

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En una esquina del tercer balcón de calle G y 13 se hicieron la última foto, un día antes de partir. Ella con Renecito en los brazos, él con Marisela y Eliseito de las manos. Eliseo quiso que ese momento fuese eterno, a Nelia hoy solo le queda mirarlo.

«Esa noche no durmió, se la pasó llorando», dice Nelia y un suspiro entrecorta su voz, vuelve a posar los ojos cansados sobre el papel y se pierde un rato ahí dentro. Ella tampoco durmió.

El primero de noviembre de 1966 Rolando llegó a Praga con Urbano y Braulio. Allí vivió con Marcos, Joaquín y Miguel hasta el dieciséis. Luego Marcos y Rolando recorrieron, en dos días, Frankfurt, Ginebra, Río de Janeiro, Sao Paulo hasta llegar a casa de Ricardo en La Paz. 

La travesía fue complicada particularmente en Bolivia donde había un despliegue de las tropas de René Barrientos por todas partes. Aun así pudieron llegar con buen tiempo. Ramón, quien ya se había sacado unas cuantas garrapatas del cuerpo, recordó:

«Noviembre 20. A mediodía llegaron Marcos y Rolando. Ahora somos seis. Enseguida se procedió al anecdotario del viaje. Tardaron tanto porque el aviso les llegó hace una semana. Son los que viajaron más rápido por la vía de Sao Paulo».

Lo de las garrapatas Ramón lo advertiría luego. También hizo la reunión correspondiente para leerles la cartilla. Ahí mismo Rolando fue nombrado comisario y se le dieron una serie de tareas: explorar el Ñancahuazú y vigilancia:

«Hoy estoy en misión de vigilancia en un bello lugar y lamento no tener conmigo una cámara para tomar algunas fotografías de esta zona. Estoy en una montaña que es igual a las más pintorescas que he visto en las películas. A mi derecha el río corre suavemente sobre grandes rocas que producen estruendosas caídas. Más allá del río comienza una cadena de montañas extremadamente empinada y cubierta con espesa vegetación y elevándose casi verticalmente desde el arroyo, formando un número de picos. La cumbre de cada uno de estos está cubierta por una espesa neblina mientras más abajo la cálida luz del sol mañanero ilumina el lugar y me hace interrumpir mi lectura (estoy leyendo La Cartuja de Parma) y recordar a mis seres amados: mi esposa, Eliseito, Marisela y Renecito. Pienso en mi madre, en la sorpresa que debe haber tenido cuando mi padre le dijo que estoy luchando del lado de… con P. Enfrente hay un profundo barranco cubierto por árboles y a una distancia no mayor de 200 metros hay una montaña.

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En el año de la Constitución Ana Francisca parió a Eliseo, el 27 de abril. «Eliseo era muy especial, no diferente a los demás de su edad pero tenía un algo particular que le hacía sobresalir, pensaba mucho antes de hacer las cosas, era muy reservado», dijo.

Eliseo, diariamente, cogía el camino del río de Chamarreta para llegar a la escuela, eran unos 5 kilómetros más o menos. Aprendió lo imprescindible para contar y escribir las cartas necesarias que vendrían después.

En San Luis han pasado grandes cosas: los Maceo Grajales se incorporaron a la guerra del 68 y fueron fusilados también varios hijos de Mariana; se hizo la reunión de La Mejorana; Antonio Guiteras tomó un cuartel y la lucha de la Sierra tuvo acciones en esa zona. Entonces que naciera un niño con diez hermanos pudiera ser uno más de esos sucesos especiales de San Luis y más de cualquier finca de Chamarreta, en Santiago de Cuba.

El caserío de Santa Isabel se había vuelto casi un campamento. Los cinco hijos mayores de Ana Francisca andaban con ideas revolucionarias. Una tarde, Eliseo estaba desgranando maíz en el cuartico del patio de la casa y oyó cómo sus hermanos hablaban de Prío y Grau, que cuál era mejor como presidente. Él, que hasta ese momento había guardado silencio, puso en pie su cuerpo delgado de trece años y dijo: «Miren, ninguno de los dos sirve para nada. Esto como único se resuelve es a tiros».

Ana Francisca disipó la palabrería del niño casi que con un pescozón. « ¡Cállate muchacho, que tú eres un vejigo y no sabes de estas cosas! ». A lo que respondió el joven: «Vamos a ver con el tiempo quién va a tener la razón».

Eliseo, todo flaco y lampiño, con apenas 17 años partió para la Sierra. En la zona de Las Minas de Bueycito vivía un tío suyo, El Toño. Hasta allí llegó después de coger un tren y luego caminar un buen trecho a pie. En casa de su tío se topó con varios jóvenes simpatizantes con él. Un campesino los condujo a ver al Che en El Hombrito.

El Che lo dejó quedarse a pesar de su escuálida figura no muy apta para la lucha. Quizás fue la firmeza de la mirada de Eliseo quien lo convenció. Eliseo Reyes Rodríguez, con el nombre de guerra Capitán San Luis formó parte de la columna 8 “Ciro Redondo” en la Sierra Maestra bajo las órdenes de Ernesto Guevara. 

Ana Francisca recuerda que vivió un tiempo sin noticias. «Estuvimos muchos meses sin saber de él. Al triunfar la Revolución nos mandó a buscar a Sancti Spíritus. Hijo, ¿tú de capitán?, le pregunté al encontrarnos. No me respondió. Por él habló un soldado que tenía a su lado: “Sí, es nuestro jefe”. Se le notaba el rostro de satisfacción»

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Amada, supón que no hay remedio, remedio es todo lo que intento. Amada, toma este pensamiento, colócalo en el centro de todo el egoísmo y ve que no hay ausencia para el dulce abismo (…)

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Hay personas que son enigmas inquietantes, de esos que no dejan dormir hasta que se resuelven. Miro a Nelia Barreras Hernández y la entiendo perfectamente, yo también lo hubiese hecho. 

«La primera vez que vi a Eliseo -dice con sonrisa pícara- fue por la televisión en una entrevista, lo vi y me llamó la atención. Después, yo recibía la revista Bohemia y salió también una entrevista suya ahí». Entonces se ríe, agacha un poco la cabeza como avergonzada y se le mueven los pelos blancos por el hombro: «Yo empecé a pensar en él demasiado y llamé a todos los lugares para ver dónde lo podía encontrar.

En uno me dijeron que lo localizara en La Cabaña que era donde él estaba trabajando. En ese momento Eliseo estaba para Santiago visitando a su familia, eso me explicaron. Yo pensé que ya no tenía esperanzas. Pero cuando llamé a La Cabaña me preguntaron mi dirección y teléfono y un día se apareció aquí en la casa.

Cuando vino dijo en la puerta: “¿Aquí vive Nelia?”, morí de la vergüenza. Me preguntó que para qué lo estaba contactando y yo le dije que lo había visto en la televisión y en Bohemia y que me había impactado. Entonces ahí empezó la relación».

Nelia se ríe, sabe bien que el noviazgo no ocurrió ipso facto, que hubo su coqueteo y dice: «nos enamoramos». Lo recuerda como un hombre apuesto y al mirar cualquier foto suspira. Lo sabe cariñoso, romántico y hasta confiesa que celoso. Ojalá estuviese sentado aquí, canoso, conservando su figura delgada y tal vez achicada producto de los ochenta años, con espejuelones regañando a cualquiera de los dos niños que hoy recorren la casa, seguro les diría que se pongan las chancletas o a Samuelito quizás le diera él la comida con el mismo amor con que peinaba a Marisela. 

El nieto de Nelia la requiere por momentos. Suelta el palo con la frazada de piso y viene hasta la mesa y le pide que recuerde bien algunas fechas. Ella lo contempla un poco y me dice cuanto se parece a Eliseo: «son igualitos» y no solo en el físico.

El 15 de abril de 1961 se casaron Nelia y Eliseo. «No nos casamos por la iglesia porque a él no le gustaba nada de eso». Ese mismo día ocurrió lo de Girón. Ni luna de miel tuvieron. Ante la noticia la pareja salió disparada de Arroyo Bermejo, lugar donde estaba prevista la noche de bodas, para La Habana. En el camino vieron tanques, camiones cargados de milicianos. Eliseo llegó a la casa, buscó su sambrán lleno de balas, se lo puso y miró a Nelia y le dijo: «no te alarmes, vengo ahorita».

Para octubre, Eliseo estaba por Pinar del Río. El día 18 lo nombraron delegado del Ministerio del Interior en esa provincia y le tocó vivir todo el proceso de “limpia” de los alzados. 

Nelia recuerda la dirección exacta de donde estuvieron viviendo allí pero especifica que los niños sí nacieron en La Habana, en el González Coro, porque le hicieron tres cesáreas y en la capital todo eso era mejor. Nelia comenta que solo tres cesáreas se permitían porque si no, hubiese tenido muchos hijos más y vuelve esa picardía recurrente de hoy a sus ojos.

Desde Pinar del Río recibió carta de Eliseo. Viene del cuarto, atraviesa la cocina con algo pegado al pecho, lo trae a la mesa. Unas cuantas hojas cuadriculadas cogidas por una presilla revelan en tinta azul un amor infinito. El primero, el de su vida, el último.

«31 de diciembre de 1966. Mi adorada Nelia, no te será difícil imaginarte como estoy pasando estos días en que siempre uno anhela pasarlo junto a sus más queridos seres, si desde que salí de tu lado todos los días paso largo tiempo pensando en ti y en los niños, en estos días prácticamente no he separado mi pensamiento de ustedes por un solo instante. Como me queda algún tiempo para leer, últimamente leo muchas novelas y poesías pues así me parece que estoy más cerca de ti y de los niños (…)».

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Amada, supón que en el olvido, la noche me deja prisionero. Amada, habrá un lucero nuevo que no estará vencido de luz y de optimismo y habrá un sinfín latente bajo el dulce abismo (…)

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Los cuatro años en Pinar del Río llegaron a su término para agosto del 66. Por esa fecha empezó el entrenamiento para algo superior en una granja de la provincia.

«Septiembre de 1966. Nos encontramos con Ramón en la granja de S. Nos sentimos extraordinariamente conmovidos cuando lo reconocimos. Continuamos nuestro entrenamiento hasta el 22 de octubre de 1966 cuando estuvimos de permiso luego de ser visitados por C (Castro), quien pasó tres días con nosotros».

Rolando estuvo un corto tiempo junto a su esposa e hijos. «El día antes de irse llamó a un fotógrafo, quería retratarnos y fue ahí en esa misma esquina del balcón, mira», señala Nelia.

A ella, le dejó estas líneas: «Siento por una parte el dolor que me ocasiona la partida del lado de mis seres queridos –de tu lado, del de mis hijos, del de mis padres–, pero me reconforta saber que lo hago para luchar contra el enemigo que separa a millones de personas de sus seres queridos».

Dos días antes de cumplir los 27 años Rolando, Eliseo, el Capitán San Luis, estaba muerto. Un balazo le partió el fémur y todo el paquete vasculonervioso. Ramón, no pudo hacer nada, solo alcanzó a escribir en su diario que el 25 de abril de 1967 fue un día negro. «Hemos perdido el mejor hombre de la guerrilla» y al amor de Nelia.

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Amada, la claridad me cerca, yo parto tú guardarás el huerto. Amada, regresaré despierto, otra mañana terca de música y lirismo. Regresaré del sol que alumbra el dulce abismo (…)

Silvio Rodríguez escribió el El dulce abismo para este amor imperecedero

Nota: La autora se apoyó en diarios de campaña, libros, entrevistas, cartas y fotos para la realización de este perfil.

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