Cierta amiga me dice que luego de no querer dedicar libro alguno, copió unos versos en la primera página; otra que cree que se está esforzando más que su pareja y la tercera que su novia –quien prefiere regalar chancletas antes que flores– hará que ambas se vistan “de salir” para celebrar el día en casa. Una última me escribe que el amor romántico nos oprime hasta a la hora de buscar obsequios.

Pienso en mis amigas mientras miro Valentine’s Day (2010), esa película que en cierto challenge virtual te dediqué, y cavilo que la he visto ya demasiadas veces, que es un monumento al amor romántico e irreal, que la industria cultural me la está jugando, que me la estoy dejando jugar, que podría haberme leído La Mala Hora, de García Márquez, para escribir sobre ella esta semana, o al menos haber elegido un filme más sustancioso… pero aquí estoy, marcándome para siempre como un ser irremediablemente cursi, escribiendo del amor un 14 de febrero, mientras veo a este niño –quizás el mejor personaje de la cinta– dibujar corazones.

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Googleo y temo que he escogido peor de lo que pensaba: 4.9/10 en FilmAffinity, 5.7/10 en IMDb, 3.2/5 en SensaCine… al parecer no levantó suficientes pasiones el largometraje de 124 minutos dirigido por Garry Marshall quien, veinte años antes, estuviera detrás de otro, esta vez sí, indiscutible clásico del cine rosa: Pretty Woman.

Y es que es la misma, –¿o debería decir las mismas?– historia que hemos visto mil veces: la parte bella de la ciudad despampanante –hoy le tocó a Los Ángeles–; personajes de clase media, delgados, sanos, guapos; enredos y entrecruzamiento para que al final del día, no podía ser de otra forma, nadie quede solo. En el medio, mucho rojo, chocolate, un oso de peluche gigante y flores, flores hasta el hastío… ¿ya aclaré que el protagonista tiene una floristería?

Imagen tomada de AceShowbiz

Una militar de permiso que tras once meses en el frente regresa a casa por 24 horas; una maestra de escuela involucrada, sin saberlo, con un hombre casado; un periodista deportivo obligado a cubrir una de las fechas más comerciales del calendario; el veterano mariscal de campo de un equipo de fútbolrecientemente derrotado que insiste en anunciar algo, propuestas matrimoniales, revelaciones de infidelidady hasta una fiesta de solteras… El cóctel completo, aderezado con joyitas como: «Para algunos el amor no existe si no se reconoce ante los demás».

Con un arco dramático bastante predecible, exceptuando par de gratas sorpresas, tampoco podemos pedirle mucho más a una comedia romántica que en español se comercializó bajo el título Historias de San Valentín. Es cursi, simpática, tierna, ligeramente morbosa –no demasiado, debía ser apta para la mayor cantidad de público posible– y, en general, divertida. «La película perfecta para ver en una cita»; la calificó una crítica y, después de eso, no logro encontrar la opinión de ningún otro especialista que resalte algo positivo, excepto, quizás, su elenco.

Imagen tomada de Pinterest

Ashton Kutcher, Julia Roberts, Anne Hathaway, Bradley Cooper, Patrick Dempsey y una casi adolescente Taylor Swift son algunos de los rostros familiares del metraje cuyo principal mérito radica en sacarnos unas cuántas sonrisas y más de una carcajada, mientras nos preguntamos si su héroe romántico del montón tendrá razón al afirmar que: «El amor es lo único extraño que sucede ya en el mundo».

Definitivamente este tipo de producciones deberían venir con un aviso o varios, como los alimentos que advierten ser ricos en azúcares o grasas saturadas:«Pretendemos que luego gastes mucho dinero en mercancía perecedera e inútil»; «No deberías sentirte mal por priorizar tu carrera»; «No encontrarás con quién pasar cada San Valentín mágicamente, pero eso no te hace fracasadx»; «El amor no se trata de aceptar a alguien “con todas las consecuencias”».

Entonces, para disfrutarla hay que poner a un lado ciertas inquietudes, a penas por un rato y luego, en cuento empiezan los créditos, volverlas a recuperar, también podrías simplemente no ver la película, decidir que es demasiado banal o que prefieres historias de amor reales, pero, seamos honestos… ¿quién no ha dibujado corazones a mano alzada alguna vez?

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