“Vejación” -capítulo nueve de la segunda temporada de Rompiendo en Silencio– nos mostró una parte casi muda de la sociedad: el abuso sexual hacia los hombres. Vimos a un Elio golpeado, amordazado y violado; a un Elio capaz de asesinar a otra persona con tal de “vengarse” y redimir sus frustraciones; a un Elio derrotado que buscaba la paz entre una guerra psicológica.

Su esposa también yacía en el piso ensangrentada y violada; pero Elio le gritó «que no era lo mismo». ¿Por qué no es lo mismo? ¿Acaso el hecho influye de modo distinto para cada sexo?

La Organización Mundial de la Salud define la violencia sexual como todo acto sexual no deseado o su tentativa de consumarlo, al igual que los comentarios o insinuaciones sexuales no deseados, o las acciones para comercializar o utilizar de cualquier otro modo la sexualidad de unas personas mediante coacciones por otra persona, independientemente de la relación de esta con la víctima en cualquier ámbito.

Vivimos en una sociedad patriarcal donde el hombre debe predominar y parte de su poder radica, principalmente, en el sexo, en su orientación sexual, en su capacidad de “macho”. El simple hecho de tener relaciones sexuales con otro hombre afecta, de algún modo, su visión de masculinidad. Conceptos que para nada pueden relacionarse en ese sentido. Ahora, si tiene una relación sexual forzada no solo afecta esa masculinidad u hombría, sino que tendrían que verse como víctimas. El tema, como muchos otros, sigue siendo tabú.

De acuerdo con un estudio publicado por la BBC  el 6 de enero del presente año, los hombres «no creen que pueden ser víctimas porque son hombres».

«No solo han tenido que sufrir las consecuencias de este acto violento, sino también aprender a vivir con el estigma social que eso comporta»

aclara la BBC.

El simple hecho de denunciar el acto es difícil para la víctima. No reconocerse como tal es el primer error de estas personas. El secreto, el misticismo, la humillación, la falta de materiales y círculos de apoyo reconocidos son serios problemas que también intervienen.

La organización Rape, Abuse & Incest National Network (RAINN) dio a conocer una lista de algunas de las experiencias comunes compartidas por hombres y niños que han sobrevivido a una agresión sexual:

  • Ansiedad, depresión, trastorno de estrés postraumático, flashbacks y trastornos alimentarios.
  • Evitar personas o lugares que le recuerden el asalto o abuso.
  • Miedo a que ocurra lo peor y tener la sensación de un futuro acortado
  • Preocupaciones o preguntas sobre la orientación sexual.
  • Retirada de las relaciones o amistades y una mayor sensación de aislamiento.
  • Preocuparse por revelar por temor a juicio o incredulidad.
  • Sensación de culpa o vergüenza por no poder detener el asalto o abuso, especialmente si experimentó una erección o eyaculación.
  • Sentirse como “menos hombre” o que ya no tiene control sobre su propio cuerpo.
  • Sentirse nervioso, no poder relajarse y tener dificultades para dormir.

La violación masculina no ha sido reflejada en los medios de comunicación con la importancia que requiere; textos y videos esporádicos nos demuestran que el fenómeno existe, pero no es suficiente. Crear conciencia y ayudar al cambio se traduce en un esfuerzo por parte de los medios de comunicación de visibilizar el tema y darle el tratamiento que corresponde.

En ocasiones el silencio se hace cómplice de la ignorancia y la legitima, creando un círculo muy complejo.

El caramelo y la PlayStation

Josué, cuyo nombre fue cambiado, tenía unos seis años cuando conoció la PlayStation. Se antojó de una. Tanto que pasó varias noches en vela y llorando para que su madre decidiera comprarlo.

«Mamá no puede. No tenemos dinero para ese gasto», repetía su progenitora. No obstante, Luis, el vecino de sesenta y cinco años, tiene uno en su casa. Es para que sus nietos, cuando van a visitarlo, puedan jugar en ella. Luis está viejo y su mujer igual; ninguno de los dos tiene fuerzas y emoción para sentarse delante de la play y jugar a los carros o a los policías. Mejor que juegue el niño.

Desde que Josué empezó a ir a casa de Luis su mamá lo ve más delgaducho, algo decaído. Le achaca esto a las horas frente a ese «aparato del demonio».

Los días pasaron y Josué le contó a «mamuchi», como cariñosamente le dice, que no pretende comer más caramelos. «Me repugna el caramelo que me da Luis. No lo quiero más».

El desagrado hacia los caramelos continuaba día a día. Pero las ganas del niño por jugar PlayStation eran más fuertes. Llegaba, se encerraba en su habitación, casi no comía y había dejado de sonreír ante la canción Sal solecito que le despertaba para ir al colegia cada mañana.

Su madre usando trucos policíacos le preguntó un día a su hijo cómo era el caramelo que le regalaba Luis cada tarde. Josué no supo describirlo bien, solo pudo decir de dónde venía. Señaló el pantalón de su padre y dijo que ahí Luis guardaba su caramelo.

Josué ya no tiene seis años, pasó por mucho; sin embargo, con ayuda y paciencia solo le quedan pequeños recuerdos ese pasado. Y Luis…Luis sigue sentada en la misma celda hace más de cinco años.

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