Yuniol Kindelán es hoy solo la cara visible de otros tantos colegas suyos desparramados por el mundo. Y aunque ya le vimos encaramado a la cima del podio, todo sabemos que, en el fondo, la gloria apenas le apuntará en la página de los “ayudantes”. Por mucho que Omara Durand le encumbre en su discurso de gratitud, la reverencia quedará como polvo esparcido en el viento del olvido.

Perdonen el comentario casi apocalíptico de antes, mas algunas verdades resultan ineludibles si se quieren transformar. Y no, no debería suceder. Porque Yuniol, que es el guía de la legendaria corredora cubana, representa también la esencia del esfuerzo. La constancia a prueba del reloj y los obstáculos.

Y uno se pregunta, en medio de cavilaciones enfrente de la pantalla, ¿Qué sería de Omara, la insigne Omara, la mejor de todas las paratletas cubanas, sin el acompañamiento paciente de aquel colega que, con el tiempo, más que colega es amigo?

Omara Duran se alza con el oro como era de esperar en los 400 metros femeninos categoría T12, en los Juegos Paralímpicos, Estadio Olímpico Nacional de Tokio, Japón

¿Qué sería de ella, la reina de las pistas paralímpicas, sin el consejo técnico de cada entrenamiento, sin la venia para cambiar algún detalle o el empuje en días de poco ímpetu? ¿Cómo podría arreglárselas una erudita para explotar al máximo sus cualidades sin ese faro de luz que le alumbra los carriles con el don de las palabras exactas?

El guía, bien lo saben quienes han vivido de cerca las intrahistorias del deporte para discapacitados, también debe machacar su cuerpo para lograr un físico impoluto y estar a la altura de los campeones. Su mayor miedo es decepcionar y ser, más que lazarillo, un lastre en el camino al éxito.

Y hablar de éxitos en este tipo de torneos, que quede claro, no es subir al podio o lucir en el cuello una medalla. Allí, en el Olimpo de los más esforzados atletas, competir constituye ya la primera victoria. Una gran victoria de quienes saben levantarse y sortear los golpes de la vida.

Podría sonar a teque barato, pero casi dos años sumidos en este virus obsceno nos han dejado clarísimo que la vida puede ser un chasquido o una maratón y los paratletas han superado cosas que muchos apenas podríamos imaginar. Y allí están, felices con lo que tienen, mostrando al mundo que las catástrofes personales no existen si se enfrentan bien.

Esta semana otra vez Omara Durand pasea su bandera por los carriles de un Estadio Olímpico y lo hace con la comodidad de las leyendas. Las rivales observan su espalda a lo lejos. Omara representa la utopía de muchas.

Omara Duran se alza con el oro como era de esperar en los 400 metros femeninos categoría T12, en los Juegos Paralímpicos, Estadio Olímpico Nacional de Tokio, Japón.

Ella, la más grande que ha tenido Cuba, es una fuera de serie. Y a su lado, como símbolo auténtico de fidelidad, aparece un muchacho joven con las mismas condiciones para correr, pero que supeditó su éxito al de otra persona. En el terreno del altruismo nadie baja del podio a Yuniol Kindelán.

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